martes, 2 de julio de 2013

¡VAYA PAR DE GLADIADORES! (29.06.2013)

ENTRADA Y TESTIGO PRUEBA NATACIÓN
CRÓNICA: buen mes de junio de 2013 en el ámbito deportivo. Lo iniciamos con la Subbética cordobesa en bici acompañando a los saltamontes mascahierros de la Peña del Mollete (81 kms, mítico puerto del Mojón) y lo hemos terminado con otro bicho parecido, la langosta emeritense, símbolo de los Langostos, peña entre cuyas actividades se encuentra organizar un triatlón que ya va por la 3ª edición. Luis y yo, creyéndonos a pies juntillas el lema "CITIUS, ALTIUS, FORTIUS" (ya sabéis, locución latina "más rápido, más alto, más fuerte") nos sumamos a un nuevo reto ya que, como podéis suponer, nunca habíamos disputado un triatlón; es más, en mi caso (y creo que también en el de Luis) nunca he hecho ni siquiera dos actividades seguidas (o nadas, o montas en bici, o corres, pero nunca unidas). Allá que nos plantamos en la legendaria Emérita Augusta, con familias incluidas, para afrontar este triatlón. Excelente recibimiento por parte de los "langostos", dándonos la bienvenida a la prueba.
PARTICIPANTES EN EL III TRIATLÓN
De acuerdo con el reglamento, eran 700 m nadando, 20 km en bici y 6 km corriendo. A priori no parece exigente pero cuando estás en el lío, sin tiempo para descansar, con las dos transiciones, uff, la cosa cambia. En mi caso (sin que sirva de excusa) tenía algunos handicaps: participante más veterano, no conocía el terreno, la bici era prestada y no la había utilizado antes, tuve que memorizar el recorrido en bici basándome en un plano (eso sí, muy detallado), etc. No obstante, quien dijo miedo.
INICIO DE LA PRUEBA (al fondo, embarcación medicalizada)
¡¡Uno, dos, tres!! Hala, a nadar. Había que atravesar el embalse romano de Proserpina (la "charca" para los emeritenses), ida y vuelta. Es raro eso de nadar en un lago, el fondo por supuesto no se veía, el agua que removías tenía un tono rojizo. De pronto levanté la cabeza y me di cuenta de que me desviaba del lugar exacto a donde debíamos dirigirnos; enderecé el rumbo y al rato otra vez iba para otro lado. Ese zig-zag costaba esfuerzo y tiempo, los 700 m se incrementaban. Intenté usar como referencia a los otros nadadores con el rabillo del ojo y a la embarcación medicalizada (vaya guasa que tienen los emeritenses también; se trataba de una simpática y agradable pediatra en piragua que controlaba que nadie se fuera al fondo). Llegué en una aceptable posición a la orilla de enfrente tras rematar con el dedo gordo una roca oculta (esa fue mi contribución sanguínea); recogí la pulsera de colores testigo de mi arribada y vuelta al agua, a nadar los 350 m de vuelta. El zig-zag continuó, hubo un momento en que se me nubló la vista (las gafas se empañaron) y ni veía el punto de transición en la orilla de enfrente aunque seguía adherido al grupo principal. Llegué en penúltima posición y a prepararme para la bici.
 
LUIS INICIANDO LA MARCHA
Aquí sí que perdí tiempo, a pesar de contar con ayudantes (mi sobrina y mi hijo); me sequé mis delicados pies tras patear la roca traidora, me enfundé el maillot del Mollete, guantes, bote con agua, zapatillas, el móvil por si me quedaba tirado por esos caminos que no conocía, el casco y ¡en marcha! 

Luis ya me había sacado unos metros y por detrás sólo quedaba la única mujer participante. El trayecto de 20 km era muy bonito; primero se rodeaba gran parte del lago por un camino de tierra para enlazar con una carretera sin tráfico que se dirigía hacia el norte y luego conectaba con la antigua N-630, entrando en Mérida y vuelta hacia el lago por un carril bici. Terminando el camino de tierra ya me adelantó la señora (4 hijos pequeños, el último con 8 meses...y en plena forma) y Luis me servía de referencia, allá en lontananza. En las primeras cuestecillas ya me quedé y eran sólo eso, repechillos sin importancia; entre los cambios que no entraban bien y que sigo sin cogerle el tranquillo a lo de la bici, me di cuenta que empezaba a acumular tiempo perdido y eso que me atreví a beber agua en marcha, todo un logro. Por supuesto perdí la referencia de Luis, iba solo por un terreno totalmente desconocido, daba gracias por haber memorizado el plano y rezaba a los dioses paganos (para eso estaba en la pequeña Roma) para no pinchar y quedarme tirado irremisiblemente (ni llevaba cámara, ni bimba, ni herramientas, ni ganas). Definitivamente, la bici hundía mis posibilidades de no quedar el último, si tenía alguna, claro.

EXCELENTE ESTAMPA CICLISTA LA MÍA...
Un último repecho en el carril bici antes del lago, ya casi al final de los 20 km, me dio la puntilla aunque no logró que me bajase de la bici. Al borde del lago me equivoqué de camino y sumé algún minuto más hasta llegar al punto de encuentro y transición para empezar a correr. El público me observaba un poco atónito (sospecho que ya pensaban que no llegaría por el retraso), mi hijo y sobrina me daban ánimos ("para tu edad está muy bien", me decían; "jopé, que tampoco soy Matusalén", pensé yo) e incluso me preguntaron si pensaba correr. "Sí, claro, si esa es mi prueba" contesté rápido aunque el cansancio hacia mella y el calor también. Me enfundé una camiseta seca y empecé a correr, con una barrita en una mano y un aquarius versión hacendado en la otra. Se trataba de darle una vuelta completa al lago por el camino pegado a la orilla (6 km), bordeándolo sin trochar (algún "trocheo" ajeno por lo oído hubo aunque tampoco se adelantaba mucho por lo que vi). Esta transición fue dura por el esfuerzo ya acumulado; me costó mucho coger ritmo, incluso anduve un par de minutos para regular la respiración y reducir algo de dolor en el costado. El carril era de tierra y me dio una visión de la España rural en su asueto veraniego; mientras corría me encontré con perros sueltos, oí comentarios como "este hachís está mejor que el de ayer", gente cogiendo cangrejos, pandillas de chavales víctimas de la LOGSE y familias enteras con las mesas y sillas casi dentro del agua, apurando bebidas como descosidos. Y ahí estaba yo, corriendo como podía, sin referencia alguna y sin calcular muy bien cuanto quedaba por los continuos entrantes y salientes del lago. El caso es que de pronto mejoré, aumentó mi ritmo (supongo que presentir el final aceleró mi esfuerzo) y atravesando el muro romano olvidaba todo lo que llevaba encima; apareció mi sobrino en bici para ver si seguía en condiciones y ofrecerme otra bebida isotónica pero ya estaba lanzado y llegué a la meta con una zancada más que aceptable para recibir los aplausos y vítores del público allí congregado (o eso me pareció a mí...).
En definitiva, una buena experiencia, agotadora aunque satisfactoria. De hecho me apuntaría otra vez, si vuelve a celebrarse el año que viene seguramente lo haré. Por otro lado, hay que agradecer a los "langostos" su amable recibimiento y apoyo y en especial al cuñado de mi hermano Luis, Antonio, que ha actuado como enlace para que pudiésemos participar. También hay que destacar el apoyo de mis sobrinos, mi hijo y mi cuñada Isabel, que estuvieron las dos horas al pie del cañón en el punto de encuentro y transición. 

Y, si tenéis oportunidad, visitad Mérida, una auténtica ciudad romana que no defrauda y que está muy cerca...y bañaos en Proserpina, eso sí, en verano...

TEMPLO DE DIANA
MUSEO NACIONAL DE ARTE ROMANO
Jose Manuel

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